Lejos quedan aquellas vacaciones infantiles de casi tres
meses.
Recuerdo que a finales de junio nos subíamos al Volvo blanco de
mi padre dirección Punta Umbría, y ya no regresábamos a Huelva hasta mediados
de septiembre, justo el fin de semana antes de que empezaran las clases. Para los que no conozcáis la zona, sólo algo
más de diez kilómetros separan ahora una localidad de la otra, aunque en
aquella época el trayecto era más largo. Lo que ahora se completa en diez
minutos, antes se tardaba cuarenta y cinco. Era una mudanza en toda regla. Mis
padres eran capaces de meter una casa entera en un coche, para descargarla en
otro punto del planeta, a la enorme distancia de ¡diez kilómetros! Cuarenta y
cinco minutos de claustrofobia en aquel coche cargado hasta el último
centímetro cuadrado de bolsas de ropa, de juguetes y de comida. Y además, tres
inquietos niños llenos de ilusión por el verano que empezaba. Playa, sol,
juegos, pandillas, helados, siestas.
Casi tres meses después, aquel Volvo hacía el camino de
vuelta. Con las mismas cosas: la misma ropa, algún juguete de más, unos niños
tiznados por el sol, y también, recuerdo, con otra ilusión, la de la vuelta al
cole. Un nuevo curso, un año más, los mismos amigos, quizás otros maestros,
nuevos cuadernos, nuevos libros, un estuche de colores a estrenar, la nueva
colección de cromos de fútbol de Panini, los zapatos nuevos de baloncesto, la
sonrisa de Sonia y, sobre todo, aquella nueva maleta de Willy Fog.
Éramos niños, sí. Y vivíamos el momento con ilusión. Hoy en
día vivimos solo la ilusión de la ida, la del comienzo de las vacaciones. Desde
once meses antes empezamos a vivir con ansiedad el momento de que lleguen las
nuevas vacaciones. Pero a diferencia de cuando éramos niños, la ilusión por la
vuelta ha desaparecido. Nadie quiere volver al trabajo. Y es que volcamos todas
las expectativas de “vivir” en el
momento de las vacaciones, no nos planteamos estar bien el resto del año. Y al
llegar septiembre, claro, aparece lo que banalmente llamamos “síndrome post-vacacional”.
No podemos patologizar la vida cotidiana,
y considerar enfermedad aquello que ni siquiera tiene categoría de un revés en
la vida. Algunos psicólogos y médicos nos dan reglas para superar septiembre y, aunque ahora la televisión nos
inunda de estas propuestas, no está mal recordar alguna de ellas.
Un buen comienzo sería una incorporación gradual al trabajo.
Si es posible, no hacerlo un lunes, no intentar hacerlo todo el primer día, e ir
cogiendo el ritmo de trabajo de forma paulatina.
Lo más importante es adoptar una actitud positiva frente al
regreso, evitando la queja y apartando de nuestra mente los pensamientos
negativos que nos inundan, sobre todo los primeros días.
Fundamental es planificar el regreso como una nueva etapa en
la vida, en la que cumplir nuevos objetivos y nuevos retos, que favorezca
nuestro crecimiento personal y laboral. Y sobre todo, inundar de ilusión estos
meses en el que obligatoriamente tenemos que trabajar. Conocer, leer, ver, sentir, amar son verbos
que deben formar parte de nuestro día a día.
Llevar una vida saludable se hace necesario durante todo el
año. Descansar, dormir bien, comer sano y hacer ejercicio son pautas que no
podemos olvidar.
Recuerda vivir siempre con la ilusión de un niño, disfrutando
de cada momento sin pensar en el siguiente. Superar septiembre es tan fácil
como estrenar nuestra nueva maleta de Willy Fog.
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