domingo, 1 de septiembre de 2013

LA MALETA DE WILLY FOG


Lejos quedan aquellas vacaciones infantiles de casi tres meses.

Recuerdo que a  finales de junio nos subíamos al Volvo blanco de mi padre dirección Punta Umbría, y ya no regresábamos a Huelva hasta mediados de septiembre, justo el fin de semana antes de que empezaran las clases.  Para los que no conozcáis la zona, sólo algo más de diez kilómetros separan ahora una localidad de la otra, aunque en aquella época el trayecto era más largo. Lo que ahora se completa en diez minutos, antes se tardaba cuarenta y cinco. Era una mudanza en toda regla. Mis padres eran capaces de meter una casa entera en un coche, para descargarla en otro punto del planeta, a la enorme distancia de ¡diez kilómetros! Cuarenta y cinco minutos de claustrofobia en aquel coche cargado hasta el último centímetro cuadrado de bolsas de ropa, de juguetes y de comida. Y además, tres inquietos niños llenos de ilusión por el verano que empezaba. Playa, sol, juegos, pandillas, helados, siestas.






Casi tres meses después, aquel Volvo hacía el camino de vuelta. Con las mismas cosas: la misma ropa, algún juguete de más, unos niños tiznados por el sol, y también, recuerdo, con otra ilusión, la de la vuelta al cole. Un nuevo curso, un año más, los mismos amigos, quizás otros maestros, nuevos cuadernos, nuevos libros, un estuche de colores a estrenar, la nueva colección de cromos de fútbol de Panini, los zapatos nuevos de baloncesto, la sonrisa de Sonia y, sobre todo, aquella nueva maleta de Willy Fog.


Éramos niños, sí. Y vivíamos el momento con ilusión. Hoy en día vivimos solo la ilusión de la ida, la del comienzo de las vacaciones. Desde once meses antes empezamos a vivir con ansiedad el momento de que lleguen las nuevas vacaciones. Pero a diferencia de cuando éramos niños, la ilusión por la vuelta ha desaparecido. Nadie quiere volver al trabajo. Y es que volcamos todas las expectativas de “vivir” en el momento de las vacaciones, no nos planteamos estar bien el resto del año. Y al llegar septiembre, claro, aparece lo que banalmente llamamos “síndrome post-vacacional”. No podemos patologizar la vida cotidiana, y considerar enfermedad aquello que ni siquiera tiene categoría de un revés en la vida. Algunos psicólogos y médicos nos dan reglas para superar septiembre y, aunque ahora la televisión nos inunda de estas propuestas, no está mal recordar alguna de ellas.

Un buen comienzo sería una incorporación gradual al trabajo. Si es posible, no hacerlo un lunes, no intentar hacerlo todo el primer día, e ir cogiendo el ritmo de trabajo de forma paulatina.

Lo más importante es adoptar una actitud positiva frente al regreso, evitando la queja y apartando de nuestra mente los pensamientos negativos que nos inundan, sobre todo los primeros días.

Fundamental es planificar el regreso como una nueva etapa en la vida, en la que cumplir nuevos objetivos y nuevos retos, que favorezca nuestro crecimiento personal y laboral. Y sobre todo, inundar de ilusión estos meses en el que obligatoriamente tenemos que trabajar. Conocer, leer, ver, sentir, amar son verbos que deben formar parte de nuestro día a día.

Llevar una vida saludable se hace necesario durante todo el año. Descansar, dormir bien, comer sano y hacer ejercicio son pautas que no podemos olvidar.

Recuerda vivir siempre con la ilusión de un niño, disfrutando de cada momento sin pensar en el siguiente. Superar septiembre es tan fácil como estrenar nuestra nueva maleta de Willy Fog. 

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