El enfado es la más seductora de las emociones negativas, ya que nuestra retro-alimentación negativa nos proporciona argumentos suficientes y convincentes para seguir con él. Además, el enfado resulta energizante y euforizante. Cuantas más vueltas demos a los motivos que nos llevan al enojo, mejores y más justificadas razones encontraremos para seguir enfadados. Los pensamientos obsesivos alimentan nuestra ira. Fisiológicamente, está demostrado que un enfado sobre otro enfado hace que el segundo, aunque esté provocado por una razón casi inexistente, sea de una intensidad mucho mayor que el primero. Y así, cualquier pensamiento que tenga lugar sobre esta escalada de ira provocará una irritación más intensa que la del principio de la secuencia. En ocasiones, este incremento de rabia podría acaba en un estallido de violencia.
¿Qué podemos hacer ante esta situación?
Primeramente ser conscientes y prestar atención al primer pensamiento que inicia el enfado. Cuanto antes lo hagamos, antes lo cortocircuitaremos. Hay que reencuadrarlo de manera positiva y no darle más importancia de la que tiene. Cuando esto no es posible porque la irritación ya es demasiado intensa, la única opción que nos queda es el enfriamiento. Supone el alejamiento de la causa del enfado, el freno a la escalada de pensamientos hostiles y el intento por distraerse. Las distracciones son un recurso sumamente eficaz para modificar nuestro estado de ánimo y el ejercicio activo, sobre todo, contribuye a dominar el enfado. Otro método puede ser tomar conciencia de los pensamientos irritantes y escribirlos en papel.
Ya sabes, el día que te enfades, acuérdate de esta entrada. Siempre se ha dicho que la música amansa las fieras.
Charles Mingus fue uno de los mayores contrabajistas y pianistas de jazz del siglo XX. Su enrevesado árbol genealógico (sueco y afroamericano por parte de sus abuelos paternos; y chino y británico por parte de los maternos) hicieron de él un empedernido activista contra el racismo. Su primer contacto con la música fue a través de la música de la Iglesia que su madrastra amerindia le hacía oír, pero poco a poco fue descubriendo el jazz de Duke Ellington. Cambió el chelo por el contrabajo cuando un amigo le dijo que el primero era un instrumento de blancos, y fue a partir de entonces cuando empezó a destacar, llegando a trabajar con Charlie Parker y Louis Armstrong, entre otros.
Pero lo que trae a Mingus a esta sección es su carácter. Impulsivo, temperamental y temible; había veces que sus conciertos acababan en discusiones y peleas. Esta energía desbocada le valió el apodo de "The Angry Man of the Jazz". El hombre enfadado. Otro gallo le habría cantado si hubiera sabido algo de inteligencia emocional.
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