domingo, 19 de enero de 2014

OBJETIVO PETAZETAS

Aún perdura en mi mente el recuerdo del quiosco de doña Manolita en mi barrio del Parque de la Luz, en Huelva.  Era el típico habitáculo de metal de tres metros cuadrados, inundado por bolsas que contenían infinidad de clases de papas fritas, de pipas, de gominolas y algún que otro juguete. Colgaban paquetes de las ventanas, de la puerta trasera, de los techos. Y allí, en medio de aquel ordenado desorden, apenas iluminada por una bombilla y enfrente de la luz tenue de una tele de antena de cuernos, aparecía la cabecita plateada de doña Manolita.

Por aquel entonces, todos los sábados por la tarde, antes de la película de la primera, mi madre me mandaba al puesto. "Un paquete de Fortuna y tres paquetes de pipas. Lo que sobre para ti", me decía. Durante el pequeño trayecto que iba de mi casa al parque, iba visualizando cada esquina y cada rincón del quiosco en busca de mi pequeño tesoro de sábado. Siempre era muy difícil elegir y lo habitual era simplemente un chicle Cheiw, unos caramelos Sugus, unos Palotes de fresa o algún Diente de vampiro. El día que me sobraba más de la cuenta, no me interesaban ni las  cajas de cigarrillos de chocolate, ni ningún sobre de estampas de fútbol, ni ningún paquete de figuras de plástico, indios o vaqueros. Yo solo tenía un deseo, una aspiración, un objetivo claro de sábado: poder comprarme una bolsa de petazetas. Y rezaba para ello a mi manera. Le pedía al niño Jesús que me sobrara suficiente; que si eso pasaba, me portaría bien el resto de los días; que por favor, por favor, me sobrara lo suficiente. Y el día que eso pasaba, muy rara vez al principio, me convertía en el niño más feliz del barrio. Luego descubrí que podía hacer algo más: no esperar a la casualidad. Podía poner de mi parte: ahorrar el duro que mi padre me daba entre semana, para así tener siempre mis petazetas los fines de semana. Era entonces el niño más feliz del mundo.


Ahora, de adultos, el mundo sigue siendo el quiosco de doña Manolita. Está lleno de estímulos. Un día queremos una cosa y otro día queremos otra. Un día queremos un vestido, otro día un ordenador y otro un viaje. Pero realmente, en el plano vital, ¿sabemos lo que queremos? ¿Te has preguntado alguna vez hacia dónde se dirige tu vida? Deberíamos reflexionar sobre lo que verdaderamente queremos lograr, sobre lo que queremos conseguir. En definitiva, preguntarnos dónde están nuestros sueños. La felicidad consiste en tener un proyecto, un propósito de vida alcanzable, y la lucha por él nos genera ilusión y alegría. Si no sabes a dónde vas, ten la seguridad de que no llegarás a ninguna parte. Sitúate y hazte tres preguntas:

¿Dónde estás?
¿De dónde vienes?
¿A dónde vas?

La definición de tu objetivo es el inicio de todo logro. Para que sea eficaz, el objetivo debe ser específico, alcanzable, realista y calculado en el tiempo. Luego plantéate las opciones y alternativas que tienes, y analiza cómo cada una de ellas te afectará a ti y a tu entorno. Finalmente, establece un plan de acción, traza la hoja de ruta hasta llegar a tu destino y disfruta haciendo el camino. Ahí es donde reside la felicidad.

Busca tu "Objetivo Petazetas", sueña cómo llegar hasta él, piensa el camino y recórrelo. Te aguarda una explosión de felicidad. Mientras, te espero aquí, en las nubes.


1 comentario: